DÉCIMA TEMPORADA


PRIMER CAPÍTULO


MIGUEL GRAU
“Si el Huáscar no regresa triunfante al Callao tampoco yo regresaré”.

Miguel Grau, el Caballero de los Mares

Hola. Te saluda Luis Enrique Cam

Si el Perú tuviera que señalar un paradigma de buen ciudadano, hijo y esposo ejemplar, padre responsable, profesional diligente, político honesto, patriota íntegro y amigo leal, ese modelo se encarna en una sola persona: el Gran Almirante Miguel Grau Seminario, el caballero de los mares. Un hombre que, por decisión de sus compatriotas, fue reconocido como el peruano del milenio.

Capitán - Eleven anclas y desplieguen las velas.

Marinero – Eleven anclas y desplieguen velas.

- Vamos Miguel, ayúdame con la driza.

Joven Miguel – Enseguida.

Nacido en Piura y forjado desde niño en el arte de la navegación, Miguel Grau sufrió su primer naufragio a los ocho años de edad. Aquel accidente no le impidió volver pronto a la aventura marina. El joven Miguel Grau enfrentó tormentas y tempestades en la inmensidad de los océanos, y conoció de cerca las duras faenas a bordo de barcos mercantes y balleneros.

Esa vida recia, compartida con viejos marineros acostumbrados a las peleas en los camarotes y al lenguaje rudo de los puertos, no lo convirtió en un hombre vulgar ni resentido. Al contrario: quienes lo trataron desde su juventud coinciden en que era afable en el trato, firme en sus convicciones y, sobre todo, un hombre de fe.

Tras haber recorrido los puertos del mundo entero, a los 19 años ingresó a la Marina de Guerra, acompañado de su hermano Enrique.

Graduado como alférez de fragata, Miguel Grau ascendió en el escalafón naval gracias a su propio mérito. Comandó distintos buques en misiones dentro y fuera del país, y en 1866, al mando de la corbeta Unión, participó en el combate naval de Abtao frente a la escuadra española. De regreso en Lima, contrajo matrimonio con Dolores Cabero y Núñez, con quien formó un hogar feliz en el que llegaron a tener diez hijos.

Miguel – ¿No hay un abrazo para su padre?

Niños - ¡Papá! (niños corriendo y abrazos)

Miguel – ¡Queridos hijos!

En 1877 fue nombrado comandante general de la Marina. Desde ese cargo advirtió al gobierno que los buques peruanos habían quedado rezagados en artillería y blindaje frente a las flotas vecinas, y que era urgente reforzar la escuadra con dos nuevos navíos de guerra. Su petición, sin embargo, fue desatendida.

Canillita – ¡Prensa! ¡Prensa! Chile le declara la guerra al Perú. ¡Prensa! ¡Prensa!

Relevado de la comandancia general para retomar sus funciones como diputado por Paita, Miguel Grau recibió la infausta noticia de la declaratoria de guerra por parte de Chile. El Perú, sin estar preparado, se veía arrastrado a un conflicto internacional. De inmediato solicitó reincorporarse al servicio activo en la Marina y fue designado comandante del monitor Huáscar.

DESPEDIDA DE SU QUERIDA ESPOSA

Antes de zarpar rumbo al sur, con el monitor Huáscar fondeado en el puerto del Callao, Miguel Grau escribió a Dolores Cabero una carta que quedaría como su testamento espiritual.

Callao, 8 mayo de 1879

Muy querida esposa:

Como la vida es precaria en general y con mayor razón desde que va uno a exponerla en aras de la patria en una guerra justa, pero que será sangrienta y prolongada, no quiero salir a campaña sin antes de hacerte por medio de esta carta varios encargos: principiando por el primero, que consiste en suplicarte me otorgues tu perdón si creyeras que yo te hubiera ofendido intencionalmente.

El segundo se contrae a pedirte atiendas con sumo esmero y tenaz vigilancia a la educación de nuestros hijos idolatrados. Para lograr este esencial encargo debo avisarte, o mejor dicho recomendarte, que todo lo que dejo de fortuna se emplee en toda la instrucción que sea posible; única voluntad que te ruego encarecidamente observes con religiosidad, si es que la súplica de un muerto puede merecer algún respeto.

Me lisonjea la idea que, al separarme de este mundo, tengan mis hijos un pan que comer, pues no dudo que la Nación te otorgue por lo menos mi sueldo íntegro, si es que muero en combate. Nada más tengo que pedirte, sino que me cuides a mis hijos y les hables siempre de su padre. Con un abrazo eterno se despide tu infeliz esposo.

Miguel

- ¡¡Eleven anclas!!

- ¡¡Eleven anclas!!

COMBATE NAVAL DE IQUIQUE

En la madrugada del 21 de mayo de 1879, los buques peruanos Independencia y Huáscar arribaron al puerto de Iquique, entonces bloqueado en un abierto acto de guerra por las naves chilenas Esmeralda y Covadonga, junto al transporte La Mar.

A unos mil metros de la escuadra enemiga, que comenzaba a tomar posiciones defensivas, el comandante Grau, sobre la cubierta del Huáscar, arengó con firme entusiasmo a su dotación formada en dos filas.

Sus palabras, sencillas y hondas, impregnadas de auténtico patriotismo, conmovieron y encendieron el ánimo de sus hombres. Un mismo sentimiento los dominaba: la defensa de la Patria.

Miguel Grau: - ¡Tripulantes del Huáscar! Ha llegado la hora de castigar al enemigo de la Patria y espero que lo sabréis hacer, cosechando nuevos laureles y nuevas glorias dignas de brillar al lado de Junín, Ayacucho, Abtao y 2 de Mayo ¡Viva el Perú!

Tripulantes: - ¡Viva!

Tripulantes: - ¡Viva el comandante del Huáscar! (todos)

La banda de guerra tocó diana y en seguida se deja oír el terrible toque de zafarrancho de combate, volando todos a sus respectivos puestos. Los oficiales, marineros, grumetes, soldados, todos en fin, hasta los guardiamarinas de 15 a 16 años, casi niños, se abrazaban llenos de entusiasmo y corrían a sus puestos con una entereza espartana.

Oficial: - ¡A sus puestos!

El comandante Grau ordena romper fuegos.

Grau: -¡Fuego! Oficial: - ¡Fuego!

La fragata Independencia continua rumbo al sur en persecución de la corbeta Covadonga. El Huáscar enfila su espolón contra la Esmeralda. Mientras se aproxima recibe nutrido fuego de ametralladora.

Los tripulantes del Huáscar responden con fuego de cañón y fusilería.

El Huáscar embiste una y otra vez. Durante tres horas la artillería ruge. El comandante chileno Arturo Prat aborda el Huáscar con otros tripulantes pereciendo por los tiros de fusilería. Finalmente, con una tercera embestida del Huáscar a una velocidad de 10 millas, la corbeta chilena Esmeralda se hunde. Eran las 12:10 de la tarde.

Para sorpresa de los oficiales y marineros, el comandante Grau ordena inmediatamente salvar a los sobrevivientes de la Esmeralda con todas las embarcaciones disponibles. Fueron recogidos 62 náufragos.

Chilenos: - ¡Viva el Perú generoso! ¡Bravo Comandante Grau! ¡vivan los valientes e hidalgos peruanos!

Peruano: - ¡Bravo valientes chilenos de la Esmeralda no hacemos sino cumplir con nuestro deber!

Ese mismo día, Grau lamentará la pérdida de la fragata Independencia en Punta Gruesa. El Perú perdía su mejor blindado para enfrentar a la poderosa escuadra chilena.

Pasados unos días del combate, en un acto de gran humanidad, el comandante Grau le escribe una carta de pésame a Carmela Carvajal, viuda de Arturo Prat, el jefe vencido de la Esmeralda:

Monitor Huáscar

Al ancla, Pisagua, 2 Junio de 1879

Dignísima señora:

Un sagrado deber me autoriza a dirigirme a Ud. y siento profundamente que esta carta, por las luchas que va a rememorar, contribuya a aumentar el dolor que hoy justamente debe dominarla. En el combate naval del 21 pasado que tuvo lugar en las aguas de Iquique, entre las naves peruanas y chilenas, su digno y valeroso esposo, el capitán de fragata don Arturo Prat, comandante de la “Esmeralda”, como usted no lo ignorara ya, fue víctima de su temerario arrojo en defensa y gloria de la bandera de su patria. Deplorando sinceramente tan infausto acontecimiento y acompañándola en su duelo, cumplo con el penoso y triste deber de enviarle a usted las inestimables prendas que se encontraron en su poder, y que son las que figuran en la lista adjunta. Ellas le servirán indudablemente de algún consuelo en medio de su desgracia y por eso me he anticipado a remitírselas.

Reiterándole mis sentimientos de condolencia, logro, señora, la oportunidad para ofrecerle mis servicios, consideraciones y respetos con que me suscribo de usted, señora, muy afectísimo seguro servidor.

Miguel Grau

Dos meses más tarde, en un honroso gesto, la viuda de Prat remite respuesta a Miguel Grau.

- Carmela Carvajal:

Señor don Miguel Grau

Distinguido señor:

Recibí su fina y estimada carta fechada a bordo del “Huáscar” el 2 de junio del presente año. En ella, con la hidalguía del caballero antiguo, se digna usted acompañarme en mi dolor, deplorando sinceramente la muerte de mi esposo, y tiene la generosidad de enviarme las queridas prendas que se encontraban sobre la persona de mi Arturo, prendas para mí de un valor inestimable por ser, o consagradas por su afecto, como los retratos, o consagradas por su martirio como la espada que lleva su adorado nombre.

Al proferir la palabra martirio no crea usted señor, que sea mi intento inculpar al jefe del “Huáscar” la muerte de mi esposo. Por el contrario, tengo la conciencia de que el distinguido jefe que, arrostrando el furor de innobles pasiones sobreexcitadas por la guerra, tiene hoy el valor, cuando aún palpitan los recuerdos de Iquique, de asociarse a mi duelo y de poner muy alto el nombre y la conducta de mi esposo en esa jornada, y que tiene aún el más raro valor de desprenderse de un valioso trofeo poniendo en mis manos una espada que ha cobrado un precio extraordinario por el hecho mismo de no haber sido jamás rendida; un jefe semejante, un corazón tan noble, se habría, estoy cierta, interpuesto, de haberla podido, entre el matador y su víctima, y habría ahorrado un sacrificio tan estéril para su patria como desastroso para mi corazón.

A este propósito, no puedo menos de expresar a usted que es altamente consolador, en medio de las calamidades que origina la guerra, presenciar el grandioso despliegue de sentimientos magnánimos y luchas inmortales que hacen revivir en esta América las escenas y los hombres de la epopeya antigua.

Profundamente reconocida por la caballerosidad de su procedimiento hacia mi persona y por las nobles palabras con que se digna honrar la memoria de mi esposo, me ofrezco muy respetuosamente de usted atenta y afectísima.

Carmela Carvajal de Prat

GRUMETE - Soy el grumete Alberto Medina Cecilia, el penúltimo sobreviviente del Huáscar.

“Tenía 15 largos años de edad cuando me enrolé en la tripulación del glorioso monitor bajo el mando de nuestro respetado comandante don Miguel Grau. A bordo cumplí la misión de “pasacartuchos” y aquí daré cuenta de lo que pasó las semanas siguientes al Combate naval de Iquique, un tiempo que se ha conocido como las correrías del Huáscar.

El monitor por su velocidad y por la pericia de nuestro comandante, logró desconcertar a la escuadra chilena. Incursionamos en los puertos bolivianos y chilenos forjando la leyenda de nave fantasma por la rapidez de sus desplazamientos.

En estas correrías se bloquearon puertos y se evitó la destrucción de poblaciones indefensas. Además, se cortaron cables de comunicación telegráfica. El comandante Grau perdonó el hundimiento del “Matías Cousiño” y capturamos varias naves mercantes, el más significativo, el vapor chileno Rímac, el 23 de julio de 1879. El Rímac transportaba el regimiento de caballería Yungay con 258 soldados, 215 caballos, 300 rifles Comblain, 200 cajones de munición entre otros armamentos. Una valiosa presa que fue llevada junto a la corbeta “Unión” al puerto de Arica.

Durante nuestro primer y último regreso al Callao, el monitor Huáscar acodaría para el mantenimiento de sus cascos. El pueblo de Lima recibió con júbilo a los tripulantes del Huáscar.

Nuestro comandante Grau conmovido por un homenaje a la hora del brindis dijo:

Grau: - “Yo no soy sino un pobre marino que trata de servir a su patria” “Todo lo que puedo ofrecer en retribución de estas manifestaciones abrumadoras es que si el Huáscar no regresa triunfante al Callao tampoco yo regresaré”

Salud.

Todos: ¡Salud!

Y así fue. De regreso al sur, al amanecer del 8 de octubre de 1879 entre Mejillones y Antofagasta a la altura de Punta Angamos, divisamos los humos de la escuadra chilena dispuesta en dos grupos. El combate fue inevitable.

Nuestros disparos poco daño le hacían a la armadura del Cochrane cuyos disparos causaban terribles estragos en nuestro monitor. Luego apareció el acorazado Blanco Encalada con un primer disparo. De pronto una granada reventó en la torre de mando a las 9 y 50 minutos, nuestro comandante Grau quedó hecho pedazos junto a su ayudante, el teniente primero Diego Ferré.

También murieron luego su sucesor en el comando, el capitán de fragata Elías Aguirre, el teniente primero Melitón Rodríguez. El teniente primero Enrique Palacios, herido en medio cuerpo, batalló con su pistola gritando: “En este buque nadie se rinde”. Mientras que nuestros tripulantes volvían izar a tope nuestro sagrado pabellón que había caído a raíz de una driza rota. Con heridos y cadáveres en cubierta, charcos de sangre en las cámaras, con las máquinas destrozadas, peleamos con lo que teníamos a mano. El teniente primero Pedro Garezon ordenó abrir las válvulas del condensador de la sala de máquinas para permitir el hundimiento de la nave, pero fue impedido por el abordaje de los chilenos.

MONSEÑOR:

Soy monseñor José Antonio Roca y Boloña, sacerdote, amigo del almirante Miguel Grau Seminario.

Antes de que zarpe del Callao alcancé a darle una estampita de Santa Rosa de Lima, le escribí en el reverso la siguiente dedicatoria: “Miguel: que está Santita nuestra te acompañe y si no te regresa con vida que te traiga lleno de gloria”. Él la recibió con agradecimiento y me dijo que la tendría siempre cerca de él. Creo que esas palabras que escribí se cumplieron porque “El infortunio y la gloria se dieron una cita misteriosa en las soledades del mar, sobre el puente de la histórica nave, que ostentaba, orgullosa, nuestro inmaculado pabellón, tantas veces resplandeciente en el combate.”

En Angamos, donde el estruendo de los cañones selló el destino del Huáscar, Miguel Grau alcanzó la eternidad. La captura del glorioso monitor significó para el Perú el inicio de la invasión enemiga pues mientras el Huáscar navegó con la bandera peruana el invasor no puso pie en territorio nacional.

Miguel Grau Seminario no fue solo un gran estratega naval. Fue un caballero que demostró que la humanidad puede brillar en medio de la guerra. Para los peruanos, su nombre es faro de integridad, valentía y amor a la patria. Él es, y será siempre, el Caballero de los Mares, el paradigma de la Peruanidad.

Soy Luis Enrique Cam y esto fue Dicho en el Perú. Escucha otros episodios en www.dichoenelperu.pe o en nuestros canales de Youtube y Spotify.


FIN



Dirección

Luis Enrique Cam

Guion

Luis Enrique Cam

Caracterizaciones

Cristóbal Paz

Oswaldo Álvarez

Magali Luque

Edición y musicalización

Cristóbal Paz

Música

Soundstripe

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