OCTAVA TEMPORADA
PRIMER CAPÍTULO
SAN JUAN MACÍAS
“Con que tengan a Dios sobra todo lo demás”.
San Juan Macías en 1645.
Hola. Te saluda Luis Enrique Cam
El siglo XVI fue uno de descubrimientos, de guerras de conquista y de personajes que rápidamente pasarían a la historia por sus hazañas en el Nuevo Continente. Sin embargo, los nuevos virreinatos y sociedades emergentes trajeron consigo también desigualdad y pobreza entre los mismos conquistadores.
En medio de este ambiente de aventura nació un “conquistador espiritual”: San Juan Macías, quien se convertiría en un modelo de santidad para Hispanoamérica, por su gran vocación de penitencia y entrega a Dios en cuerpo y alma.
Juan Macías nace el 2 de marzo de 1585 en Ribera del Fresno, región de Extremadura, España, en una familia de pobres labriegos.
Sus padres, Pedro de Arcas e Inés Sánchez, se dedicaron enteramente a las faenas del campo. Cuando una peste azotó esta región del país, ambos murieron. Juan tenía solamente 4 años. Este trágico hecho lo obligó a madurar y fortalecerse iniciando con las tareas del campo a muy temprana edad, viviendo con sus tíos y su hermana Inés.
Un día, cuando Juan tenía solo 7 años, estaba cuidando un rebaño de ovejas, cuando vio un resplandor que se le acercaba.
SAN JUAN EVANGELISTA: - Pequeño Juan, enhorabuena. Soy Juan Evangelista. Vengo del cielo y me envía Dios para que te acompañe porque miró tu humildad.
JUAN MASIAS: - Pero, ¿quién es Juan Evangelista?
SAN JUAN EVANGELISTA: - El discípulo amado del Señor. Y vengo a acompañarte porque Él te ha escogido.
JUAN MASIAS: - ¿El Señor? ¿A mí? ¿Qué es lo que me pide hacer? Soy solo un niño y mis padres no están más conmigo.
SAN JUAN EVANGELISTA: - Te llevaré a unas tierras muy remotas donde trabajarás en su Nombre. Debes saber que tu madre, cuando murió, de la cama subió al cielo, y tu padre, que murió primero, estuvo algún tiempo en el purgatorio, pero ya tiene el premio de sus trabajos en la gloria.
Juan Macías: - ¿el purgatorio? ¿Qué es eso?
Juan Evangelista: - Es un lugar de penitencia. Las almas que están allí deben esperar ser purificadas para entrar en el cielo.
Juan Macías: - El cielo, allí quiero ir para estar con mis padres.
El pequeño Juan, a pesar de no entender muy bien lo que le esperaba y no saber cómo empezar la misión recibida respondió:
JUAN MACÍAS: - Hágase en mí la voluntad de Dios, que no quiero sino lo que Él quiere.
Así, a medida que los años pasaban, empezaba también a crecer su espíritu de aventura y su devoción por los santos. Cuando llegó la Navidad de 1613, con 28 años, el aire migratorio de los conquistadores alcanzó finalmente a Juan. Partió hacia el sur. Vivió entre Jerez de la Frontera y Sevilla 6 años, en donde convivió con mendigos y labradores, arrieros y pobres amontonados a las afueras de los conventos, así iba templando su paciencia y caridad.
En Jerez de la Frontera se encuentra con los frailes de la orden de Santo Domingo, con quienes convive por una temporada.
JUAN MACÍAS: - Muchas gracias hermanos dominicos, por este tiempo en los que me han acogido en su comunidad, he aprendido mucho de su humildad y entrega.
Fray Marcos: - Querido Juan, estamos agradecidos al Cielo por traerte aquí para permitirnos apreciar tu sincero deseo de contemplación.
Juan Macías: - No los olvidaré jamás, fray Marcos.
Fray Marcos: - Creemos que en ti existe la vocación dominica ansiosa por tomar los hábitos. Sugerimos que te quedes con nosotros.
Juan Macías: - Gracias por la invitación, fray Marcos. Pero la tarea que Dios me ha encomendado no concluye en este convento, ¡de eso estoy seguro!
FRAILE DOMINICO: - ¿Y cuál es, si me permites preguntar, el destino que hace tantos años buscas? ¿Será Villafranca? ¿o Lebrija? ¿o quizás Sevilla?
JUAN MACÍAS: - ¡Mi destino está entre las almas del Nuevo Mundo, cruzando los mares!
Así Juan, tras cumplir 34 años, en 1619, viaja aun como laico a las provincias de ultramar, llegando primero a Cartagena de Indias después de 40 días de un tormentoso viaje.
En Cartagena se queda sin trabajo y sin sueldo, pero eso no lo detiene en su ayuda a los más necesitados, entregando lo poco que tenía, recorriendo los templos y buscando el pan de cada día. Poco tiempo después, en 1620, con 35 años, emprendió su marcha hacia una ciudad conocida por ser una tierra espiritual: Lima.
JUAN MACÍAS: - Junto a San Juan Evangelista partí de Cartagena a la Barranca; luego hallé una canoa y me fui a Tenerife, luego a Mompós, Ocaña, Pamplona, Tunja y a Santa Fe de Bogotá. Temiendo por los indios de guerra cruzamos un valle hasta Timaná, y de ahí a Tocaima y Almaguer, luego a Pasto y así llegamos a la ciudad de Quito. Desde allí, a pie y a mula, llegué a Lima, después de 900 leguas y 4 meses. La ciudad de los Reyes, al fin.
En Lima trabajó 2 años con un acaudalado comerciante, como mayordomo y custodiando el ganado de sus tierras. Dicho lugar es hoy en día el convento de Nuestra Señora del Patrocinio, en la Alameda de los Descalzos, y atesora reliquias de San Juan Macías.
En enero 1622 entra finalmente, como hermano lego en el convento dominico de Santa María Magdalena de Lima. Como todo hermano lego, se dedica a las labores manuales y de servicio doméstico, al mantenimiento de la granja y a la cocina del convento.
Así, Juan fue nombrado segundo portero de la casa por el prior fray Salvador Ramírez, confesor de Santa Rosa de Lima.
En una de sus diligencias entre las comunidades dominicas en la ciudad conoce a fray Martin de Porres también portero en el convento de Santo Domingo y quien será su gran amigo. En buena parte del día Juan Macías se entrega al rezo, a la lectura de los evangelios y al canto gregoriano en coro, junto con los otros frailes.
Como portero se hizo de un horario rebosante de trabajo y oración:
JUAN MACÍAS: - Mi día empieza a las 5 de la mañana abandonando la celda para oír la Misa en la capilla del convento, el lugar en donde más feliz soy. A las 6 tengo que pasar a la cocina y ordenar los alimentos de los hermanos frailes y preparar los canastos para los pobres y mendigos que ya están haciendo fila en la puerta del convento. Una hora después, la portería se abre y debo estar a su cargo hasta las 12 del mediodía, aunque a las 8 de la mañana me escapo un momento para rezar en el templo. Recuerdo el consejo del Señor que dice que es “Conveniente siempre orar y nunca desfallecer”. Cierro las puertas para almorzar con mis hermanos frailes, aunque yo solo me sirvo el segundo plato, casi siempre legumbres, y prefiero privarme de los postres. Trato de que nadie se dé cuenta de esto. Debo terminar rápido, pues me esperan mis pobres, mujeres indigentes, indios, negros y mulatos…
Manuel: - Hermano Juan ¿qué haríamos sin vuestra merced?
Juan: - Las gracias a Dios Manuel, yo solo soy un instrumento
Manuel: - Un instrumento de primera calidad Hermano Juan.
Juan: - Calla hombre que no te reconoceré mañana.
Manuel: - Hermano Juan no se me moleste.
Juan: - ¡Tú a rezar Manuel!
Juan Macías: “Siempre los aliento a orar después de entregarles los alimentos. A la 1 de la tarde vuelvo a recogerme en la oración. A las 2 barro el refectorio, doblo manteles, lavo las vajillas, junto los mendrugos de pan y me arrodillo ante mi amado crucifijo.
Hacia las 6 de la tarde tocan las campanas del Ángelus y marca el inicio de la cena, que, como ya saben, acabo de inmediato para repartir lo sobrante entre los niños pobres.
Después, junto a mis hermanos legos y donados, rezamos el rosario en la capilla”
Fray Hipólito: - Aunque el hermano Juan siempre se queda más, en solitario, hasta la medianoche, cuando finalmente descansa un poco. A las 4 de la madrugada vuelve a la capilla para el Ángelus y su jornada vuelve a iniciar a las 5.
Es evidente que Macías era un “titán de la oración”. El motivo principal de sus rezos eran las almas del purgatorio. En una visión pudo ser testigo de los grandes padecimientos de estas pobres almas pecadoras. Se propuso vaciar este recinto con sus penitencias. Logró salvar a muchas de ellas por lo que se le conoció como el “ladrón del purgatorio”.
Además, Juan buscaba limosnas entre las personas de la alta sociedad, sabiendo pedirlas con humildad a comerciantes y dignatarios, apelando a su buena voluntad, generosidad y amor a Dios.
Juan Macías: - Don Francisco necesitamos su apoyo para los alimentos de los pobres vergonzantes.
Francisco: Fray Juan, pero si me acaba de pedir limosna ayer… y sí que le concedí. No fueron pocos maravedís ¿o sí? Esto de ser rico me sale muy caro…
Juan Macías: No es rico el que más tiene, sino el que más quiere don Francisco. Los pobres también son hijos de Dios.
Francisco: Pero fray Juan también tengo que velar por lo mío.
Juan Macías: Quien solo se fía en su dinero, es un majadero don Francisco, confíe en Dios que le multiplicará su limosna por ciento en esta vida y luego en la vida eterna...
Francisco: ¡Ay fray Juan Macías! ¡Que tozudo es usted! ¡Tenga!
Con esta simpatía Fray Juan Macías tuvo como amigo incluso al virrey Toledo, Marqués de Mancera, a quien regularmente persuadía para utilizar sus riquezas con los más desfavorecidos.
Su sabiduría y prudencia eran virtudes atractivas doctos sacerdotes, funcionarios de altos puestos y miembros de familias encumbradas de Lima, quienes acudían a Juan Macias, el humilde hermano lego, en busca de consejo:
HOMBRE RICO: - Querido fray Juan, disculpe la pregunta, ¿cómo es que usted, sin haber asistido nunca a las aulas de una universidad, maneja con tanto acierto asuntos moralmente tan difíciles?
Juan Macias señalando al cielo respondió…
JUAN MACÍAS: - Me lo enseña la misma Verdad.
A pesar de la fama que cultivó en vida, mantuvo la humildad y discreción hasta el fin de sus días. Después de más 22 años de portero, a fines de agosto de 1645 tuvo un ataque de disentería y otros males que le indicaban la proximidad de su fin.
Él mismo, antes de morir, escribió sobre su vida de entrega y desprendimiento:
JUAN MACÍAS: - Hasta ahora que salgo de esta miserable vida, jamás le tuve amistad a mi cuerpo, lo traté siempre como a enemigo. No le di de comer más que la segunda comida y un pedazo de pan, lo demás fue para mis pobres…
Padre Prior: Fray Juan, usted debe de consumir todos los alimentos que le provee el hermano enfermero para que se ponga bien y pueda seguir ayudando a los pobres y a las almas del purgatorio…
Juan Macías: - Padre Prior, le confieso en estos momentos previos a mi partida que «Por la misericordia de Dios, con el rezo del santo Rosario, he sacado del purgatorio un millón cuatrocientas mil almas…”
Fraile: - Hermano Juan, aquí estamos sus hermanos legos rezando por usted…
Otro Fraile: -Parece que ya no escucha. No tengo dudas que irá directo al cielo como una saeta. No he conocido un alma tan pura como la de él.
FRAILE: - Hermano Juan, cuándo te vayas y el Padre te acoja en sus brazos, ¿qué va a ser de los desvalidos en este lugar a quiénes dejarás huérfanos?, ¿qué va a ser de las limosnas que solo tú sabías conseguir para ellos?
Juan Macías, aun con las pocas fuerzas que le quedaban, no perdió nunca su fe:
JUAN MACÍAS: Con que tengan a Dios, sobra todo lo demás.
Era el 16 de septiembre de 1645 cuando fray Juan Macías partió de este mundo. El convento de Santa María Magdalena se llenó de gente sin que siquiera se hubiese anunciado la muerte de Juan Macías con campanadas. Acudió el arzobispo de Lima don Pedro de Villagómez, integrantes de la Real Audiencia, cabildos, clérigos, frailes, y los dignatarios más importantes, incluyendo su amigo el Virrey, en la cabecera de su cama.
La muchedumbre de devotos rogó que se les permitiera acercarse a besar sus manos y sus pies, tocarlo con rosarios, medallas y pañuelos que más tarde serían reliquias, incluso algunos se llevaron trozos de su hábito.
VIRREY: - ¡Guardias! ¡Vayan a resguardar el cuerpo de Juan Macías! La devoción del pueblo está causando desmanes. ¡Todos saben que este hombre es un santo!
Sus restos fueron enterrados en el capítulo del monasterio. Su portería se convirtió en una capilla en donde se colocaron las imágenes que tanto veneraba: el Cristo Crucificado y la imagen de Nuestra Señora de Belén.
Actualmente, las reliquias de San Juan Macías se encuentran en la iglesia de Santo Domingo en el mismo altar que acoge los de Santa Rosa de Lima y San Martín de Porres.
Gregorio XVI lo beatificó el 31 de enero de 1837 y fue canonizado por Pablo VI el 28 de septiembre de 1975.
El santo está presente en nuestros días: padre de los pobres, patrono de los pastores, protector de los emigrantes, amigo de los niños huérfanos y abogado de las almas del purgatorio, sigue concediendo favores y milagros a sus devotos.
En la antigua iglesia de Nuestra Señora del Patrocinio en la Alameda de los Descalzos del Rímac se encuentra la silla de San Juan Macías frecuentada por las mujeres embarazadas que piden por un parto sin problemas o por aquellas que no pudiendo quedar en cinta desean concebir. Al costado, un cuaderno con los testimonios de los favores recibidos es una prueba de que el santo sigue actuando.
Soy Luis Enrique Cam y esto fue DICHO EN EL PERÚ. Escucha otros episodios en www.dichoenelperu.pe o en nuestros canales de Youtube y Spotify.
“Con que tengan a Dios sobra todo lo demás”.
FIN
Dirección
Luis Enrique Cam
Guion
Luis Enrique Cam
Manuel Amat
Caracterizaciones
Cristóbal Paz
Oswaldo Álvarez
Edición y musicalización
Cristóbal Paz
Fuentes bibliográficas
BENITO, J. (2009) Peruanos Ejemplares. Valores de los discípulos y misioneros: santos, beatos y ciervos de Dios en el Perú. Paulinas, Lima.
BENITO, J. (2016) Los cinco Santos del Perú. Vida, obra y tiempo. Interforum Protec S.C.R.L., Lima.
SÁNCHEZ-CONCHA, R. (2003) Santos y Santidad en el Perú Virreinal. Vida y Espiritualidad, Lima.