OCTAVA TEMPORADA
SEGUNDO CAPÍTULO
SAN MARTIN DE PORRES
“Yo te curo, Dios te sana”.
San Martin de Porres
Hola. Te saluda Luis Enrique Cam
El Perú virreinal fue marcado desde sus albores por la desigualdad y la segregación. La ignominia de la esclavitud fue el extremo de la injusticia.
Sin embargo, Lima, la ciudad de los Reyes, empezaba a ganar fama de ser tierra de santidad en el nuevo mundo. Uno de sus habitantes se convertiría en la respuesta cristiana a los prejuicios raciales y al menosprecio de los más desfavorecidos: San Martin de Porres Velásquez, el primer santo mulato de América.
Nació en Lima en los primeros días de diciembre de 1579, posiblemente el 9, y fue bautizado en la iglesia de San Sebastián en la misma pila y por el mismo párroco que bautizaría pocos años después a Santa Rosa de Lima.
Fue hijo de Juan de Porres, hidalgo español, y Ana Velásquez, negra liberta de Panamá. Martín, que fue considerado como hijo ilegítimo, vivió con su madre y su hermana menor Juana.
MARTÍN: - ¡Madre! Ya volví de la plaza. Pude encontrar todo lo mandado. ¡El almuerzo te va a salir delicioso!
MADRE: - Gracias mi Martincico. A ver… dos papas, maíz, frijoles, leche… ¡Muy bien! Pero, mi Martín, ¿no te falta algo?
MARTÍN: - ¿Qué será madre?
MADRE: - No me has entregado el cambio.
MARTÍN: - Oh… el cambio… pero Madre no se moleste…
MADRE: - ¿Tienes algo que confesarle a tu madre, Martín?
MARTÍN: - Cuando estaba regresando encontré un hombre caído de bruces en el camino…
MADRE: - ¿Estaría ebrio el pobre hombre?
MARTÍN: - Más bien enfermo madre porque le toqué su frente y tenía calentura…
MADRE: - Los pobres y enfermos están a su suerte en esta ciudad…
MARTÍN: - Me pidió que lo ayudara a llegar a su casa, eso hice… sé que no tenemos mucho dinero pero… pensé que los cuartillos del cambio le servirían para estar mejor. ¿Acaso hice mal madre?
MADRE: - Hijo mío, ayudar al necesitado nunca está mal...
MARTÍN: - Aunque también nosotros necesitábamos esas monedas…
MADRE: - Dar limosna no mengua la bolsa hijo mío. No te preocupes Dios proveerá.
Martín fue creciendo en este ambiente de amor al prójimo. Al poco tiempo, su padre finalmente reconoció a Martín y a su hermana Juana como sus hijos, los trasladó a Guayaquil por dos años bajo la tutela de un pariente: don Diego Marcos de Miranda, quien educó a los hermanos en castellano, aritmética, caligrafía y vida cristiana.
Por falta de recursos su padre se vio forzado a trasladar a Martín de vuelta a Lima.
MARTÍN: - Pero papá, voy a extrañar mucho a mi hermana, ¿no me puedo quedar con ella en Guayaquil?
PADRE: - Martín, ya no puedo pagar la pensión de ambos en este lugar, debes entenderlo. Juana se quedará aquí, tú irás a Lima.
MARTIN: - ¿Volveré con mi madre?
PADRE: - Tu madre es muy pobre para brindarles una buena educación.
MARTÍN: - Eso no me importa.
PADRE: - ¡No me contradigas Martín! Te dejaré bajo la protección de doña Isabel García, una mujer de intachable honestidad…
Martín, sin dejar de ver a su madre, obedeció a su padre y fue a casa de doña Isabel. A pesar de su corta edad tenía una gran intimidad con Dios.
DOÑA ISABEL: - ¡Siempre supe que Martincico era especial! Cuando llegó a casa era muy joven. Siempre dispuesto a servir. Un día lo sorprendí en su habitación arrodillado, rezando frente a una imagen de Cristo crucificado. Pero rezaba con una devoción sorprendente parecía que dialogaba con Jesús y que éste le respondía. Desde ese momento me dije: ¡Martín llegará algún día a los altares!
En 1591 será confirmado por el mismo Santo Toribio de Mogrovejo y, un año después, entra a servir como aprendiz de Mateo Pastor, barbero y boticario, en cuyo dispensario Martín aprenderá sobre las hierbas medicinales, a extirpar muelas sin dolor, a sanar llagas y preparar ungüentos.
HILARIO: - ¡Martín! Me siento muchísimo mejor hoy día… Muchas gracias.
MARTÍN: - Gracias a Dios, Hilario.
HILARIO: - Esa pomada tuya parece preparada por los mismos ángeles.
MARTÍN: - Yo no hago nada, hombre. Dale las gracias al Señor.
HILARIO: - Todo el barrio de San Lázaro te adora, Martín. Ya te digo, tus remedios son maravillosos.
MARTÍN: - Pues yo te digo que ahora tengo un descanso. ¡Vamos a leer las vísperas para dar gracias a Dios, Hilario!
A los 15 años, con una vocación religiosa definida, ingresó como hermano donado al convento de Santo Domingo, debido a que su casta mulata le impedía abrazar el sacerdocio. Y así se mantuvo como sirviente por 9 años, hasta que en junio de 1603 profesó los votos de obediencia, pobreza y castidad. Desde ese momento, como hermano lego, sería conocido como fray Martin de Porres.
FRAY CRISTÓBAL: - A pesar del menosprecio que recibe por su color de piel, nunca responde a los insultos y dice ser “el último fraile del convento”.
FRAY HIPÓLITO: - Tiene usted razón, fray Cristóbal, incluso se llama a sí mismo “perro mulato”. ¡El hermano Martín es realmente un paladín de la humildad!
FRAY CRISTÓBAL: - ¡Y el mejor enfermero además! “Trata con caridad a todos los dolientes y a los religiosos indispuestos los trata de rodillas, les asiste de noche durante semanas, los levanta, los acuesta, los limpia, aunque fuesen las más repulsivas enfermedades”
Sin embargo, su caridad universal no fue aceptada en un inicio por todos sus hermanos del convento.
FRAY DÁMASO: - ¡Fray Martín! Acabo de ver a un hombre andrajoso postrado comiendo en su cama. ¿Cómo se atreve a traer enfermos a la clausura?
FRAY MARTÍN: - Fray Dámaso, sin harina no se camina. Los enfermos no tienen jamás clausura…
Eran tantas las veces que acogía enfermos en su celda que, en una ocasión, el provincial dominico le impuso una prohibición que fray Martín cumplió sin objeción. Varios días después, el mismo Provincial cayó enfermo y requirió los cuidados del santo.
PROVINCIAL: - No tuve más remedio que imponerte esa penitencia, hijo. Espero que entiendas.
FRAY MARTÍN: - El amor y la fe en las obras se ve, padre Provincial. Eso se lo escuché a vuestra merced.
PROVINCIAL: - Bien está lo que hiciste. Desde este momento el convento será vuestro segundo hospital. Podéis traer a él cuantos enfermos queráis.
Así socorrió fray Martin a quien lo necesitara. Y es que, para él, todos eran hijos de Dios por igual.
Amante de la creación, se relata que el santo consiguió que comieran del mismo plato, perro, pericote y gato.
Martín tenía un especial cariño por los indígenas, a quienes curaba de sus dolencias físicas y espirituales.
CARMEN: - Padrecito, padrecito, ayúdame…
FRAY MARTIN: - Carmen, hija mía, la enfermería está abarrotada. No entra ni un alma...ven por aquí, toma asiento…¿desde cuándo tienes la tos?
CARMEN: - Empezó hace dos semanas…
FRAY MARTÍN: - Virgen del Rosario… tómate estas hierbas de tomillo con agua bien caliente. Cuidado con quemarte la lengua. Ten esta manta, abrígate…
CARMEN: - ¡Bendito sea usted padre, alivio y consuelo!
FRAY MARTÍN: - Bendito sea Dios, Carmen. Toma las yerbas y anda donde mi hermana Juana, que te va a acoger esta noche. Dile que vas de parte mía.
CARMEN: - Antes de irme, padrecito, quería entregarle estos reales que me restan para que ofrezca la Misa por mi esposo y mis hijos fallecidos. Hágame ese favorcito, pues.
FRAY MARTÍN: - Pero si yo no soy de Misa, sino un simple hermano lego.
CARMEN: - No importa padre, por sus oraciones, estoy segura que sus rezos llegan hasta el mismo cielo.
FRAY MARTÍN: - Conserva las monedas Carmen. Te servirán para tus alimentos... Cuenta con mis oraciones.
CARMEN: - Dios lo bendiga padrecito.
Fray Martín no se quedaba solo en el convento para servir a los demás. También visitaba a los indios pescadores de Chorrillos y a los labradores de Surco, impartiendo catequesis y curaciones. Otras veces iba donde los esclavos negros en la finca de Limatambo con su amigo Fray Juan Macías, y se dedicaba a las mismas labores que ellos: arar, sembrar, podar árboles y cuidar de los animales en los establos.
FRAY MARTÍN: - “Los negros están cansados del duro trabajo diario y así no se me pasa el día sin hacer algo de provecho”.
Todo esto sin olvidarse de sus amados hermanos dominicos, quienes frecuentemente, por su profunda vocación de penitencia, soportaban la enfermedad en silencio.
Una noche en que estaba cerrado el noviciado del convento, fray Martín penetró en la celda de un Hermano enfermo…
FRAY MALAQUÍAS: - ¿De dónde vienes Martín, pues nadie te ha llamado?
FRAY MARTÍN: - Oí que me llamaba tu necesidad y vine.
FRAY MALAQUÍAS: - Déjame, mi enfermedad pasará sola si Dios quiere.
FRAY MARTÍN: - Buen hermano, te lo pido, toma esta medicina y te curarás.
FRAY MALAQUÍAS: - ¿Por qué haces esto, Fray Martín? De dónde sacas tantas fuerzas para servir a tu prójimo…
FRAY MARTÍN: - Mi consuelo será tu salud. Bebe.
FRAY MALAQUÍAS: - Acoges a cualquier mendigo en tu propia celda, te ocupas de la limpieza de todo el convento…
FRAY MARTÍN: - Hermano, no sé de qué hablas.
FRAY MALAQUÍAS: - Sanas a cuanto enfermo acuda hacia ti y hasta nos sanas a nosotros, tus hermanos frailes, sin que te lo hayamos pedido.
FRAY MARTÍN: - Yo te curo…, Dios te sana.
Cuando se acercaba a los 60 años, una edad avanzada para la época, fray Martín enfermó de tifus y soportó terribles dolores sin perder nunca la consciencia. A su alrededor, los hermanos de la orden, lloraban por él. También recibió visitas ilustres, como el arzobispo Feliciano de Vega y el virrey conde de Chinchón, quien se arrodilló y le besó la mano.
VIRREY: - Fray Martín de Porres, le ruego que interceda ante Dios por mi alma, cuando esté en el cielo.
FRAY MARTÍN: - Su excelencia, téngalo por seguro.
JUANA: - No nos dejes Martín.
FRAY MARTÍN: - Querida Juana, pequeña hermana mía, no llores porque esta es la voluntad de Dios y, tal vez, será mi muerte de mayor provecho que si viviese.
VIRREY: - ¡Le aseguro que el Perú recordará sus acciones por todos los siglos venideros!
Finalmente, el 3 de noviembre de 1639, fray Martín falleció en su celda. En las calles de toda la ciudad se oían llantos y lamentaciones.
VECINOS: - ¡Martín ha muerto! ¡Martín ha muerto!
Fray Martín de Porres fue beatificado por el Papa Gregorio XVI el 29 de octubre de 1837 y canonizado por San Juan XXIII el 20 de marzo de 1962. Su imagen se convirtió en símbolo de bondad, tolerancia y mansedumbre. Fue declarado patrono de la justicia social en el Perú.
Los dones sobrenaturales que en vida recibió, como la bilocación, la luminosidad, la sutilidad o el don de lenguas, así como los milagros en los que participó, trascendieron el Perú, llegando a México, España, Malta, Italia, Irlanda, las Filipinas y, por supuesto, los países del África, siempre con la escoba en mano como ejemplo de humildad y generosidad.
Soy Luis Enrique Cam y esto fue Dicho en el Perú. Escucha otros episodios en www.dichoenelperu.pe o en nuestros canales de Youtube y Spotify.
“Yo te curo, Dios te sana”.
FIN
Dirección
Luis Enrique Cam
Guion
Luis Enrique Cam
Manuel Amat
Caracterizaciones
Magali Luque
Cristóbal Paz
Oswaldo Álvarez
Edición y musicalización
Cristóbal Paz
Fuentes bibliográficas
BENITO, J. (2009) Peruanos Ejemplares. Valores de los discípulos y misioneros: santos, beatos y siervos de Dios en el Perú. Paulinas, Lima.
BENITO, J. (2016) Los cinco Santos del Perú. Vida, obra y tiempo. Interforum Protec S.C.R.L., Lima.
SÁNCHEZ-CONCHA, R. (2003) Santos y Santidad en el Perú Virreinal. Vida y Espiritualidad, Lima.